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Ricardo Palma

de la nobleza, que juzgaba tales actos indignos de un grande de España, Dispuso este virrey, bajo pena de cárcel y multa, que nadie pintase cruz en sitio donde pudiera ser pisada; que todos se arrodillasen al toque de oraciones; y escogió para padrino de confirmación de uno de sus hijos al cocinero del convento de San Francisco, que era un negro con un jerne de jeta y fama de santidad.

Por cada individuo de los que ajusticiaba, mandaba celebrar treinta misas; y consagró por lo menos seis horas diarias al rezo del oficio parvo y del rosario, confesando y comulgando todas las mañanas, y concurriendo al jubileo y á cuanta fiesta ó distribución religiosa se le anunciara.

Jamás se han visto en Lima procesiones tan espléndidas como las de entonces; y Lorente en su Historia trae la descripción de una en que se trasladó desde palacio á los Desemparados, dando largo rodeo, una imagen de María que el virrey había hecho traer expresamente desde Zaragoza. Arco hubo en esa fiesta cuyo valor se estimó en más de doscientos mil pesos, tal era la profusión de alhajas y piezas de oro y plata que lo adornaban. La calle de Mercaderes lució por pavimento barras de plata que representaban más de dos millones de ducados. ¡Viva el lujo y quien lo trujo!

El fanático D. Pedro Antonio de Castro y Andrade, conde de Lemos, marqués de Sarria y de Gátiva y duque de Taurifanco, que cifraba su orgullo en descender de San Francisco de Borja, y que, á estar en sus manos, como él decía, habría fundado en cada calle de Lima un colegio de jesuítas, apenas fué proclamado en Litna como representante de Carlos II el Hechizado, se dirigió á Puno con gran aparato de fuerza y aprehendió á Salcedo, lemon te El coude de Lemos décinionono virrey del Perú I justicia contaba con poderosos lementos para resistir; pero no quiso hacerse reo de rebeldía á su rey y señor natural.

El virrey, según muchos historiadores, lo condujo preso, tratándolo durante la marcha con extremado rigor. En breve tiempo quedó concluí-