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Tradiciones peruanas

Pocos años hace que un prestidigitador (Paraff) ofreció sacar del cobre oro en abundancia. Establecióse en Chile, donde organizó una sociedad cuyos accionistas sembraron oro, que fué á esconderse en las arcas de Paraff, y cosecharon cobre de mala ley.

Algo parecido sucedió en tiempo del conde de Castellar, sólo que allí no hubo bellaco embaucador, sino inocente visionario. Sigamos á Mendiburu en la relación del hecho.

D. Juan del Corro, uno de los principales azogueros de Potosí, expuso al gobierno que había encontrado un nuevo método de beneficiar metales de plata, dando de aumento en unos la mitad, en otros la tercera ó cuarta parte, y en todos un ahorro de azogue de cincuenta por ciento, solicitando en pago de su descubrimiento mercedes de la corona. El presidente de Charcas, el corregidor, los oficiales reales de Potosí y muchos mineros y azogueros informaron favorablemente. El virrey puso en duda la maravilla, y envió á Potosí comisionados de su entera confianza para que hiciesen nuevos experimentos prácticos.

Tres ó cuatro meses después llegaba una tarde á Lima un propio conduciendo cartas y pliegos de los comisionados. Éstos informaban que el descubrimiento de D. Juan del Corro no era embolismo, sino prodigiosa realidad.

Entusiasmado el virrey se quitó la cadena de oro que traía al cuello y la regaló, por vía de albricias, al conductor de las comunicaciones. En seguida mandó repicar campanas y que se iluminase la ciudad.

Esto produjo general alboroto, Tedéum en la atedral, misa solemne de gracias celebrada por el arzobispo Almoguera, lucidas comparsas de máscaras y otros regocijos públicos. No paró en esto. Castellar dispuso se llevasen á la catedral las imágenes de la Virgen del Rosario, Santo Domingo y Santa Rosa en procesión solemne, que atravesó muchas calles ricamente adornadas y en las que había altares y arcos de mucho coste. Hizose un novenario suntuoso, costeando de su propio peculio la devota virreina doña Teresa María Arias de Saavedra los gastos de tan magníficas fiestas.

El virrey mandó imprimir y distribuyó entre los mineros del Perú la instrucción escrita por el autor del nuevo método. En todas partes fué objeto de prolijos ensayos que probaron mal é hicieron ver que los provechos eran tan pequeños y aun dudosos, que no merecían la pena. El virrey creía, hasta cierto punto, desairado su amor propio con este resultado; y D. Juan del Corro no se daba por vencido, atribuyendo su desventura á ardides de enemigos y envidiosos. Castellar, acompañado de todos los funcionarios y gente notable de Lima, presenció, al fin, un ensayo, y quedó convencido de que eran nulas las ventajas y soñadas las utilidades del