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Ricardo Palma

que el negocio le produjo se trasladó á Chile, donde en Valdivia puso una cantina.

¡Qué fortuna la de las anchovetas! En vez de ir al puchero se las deja tranquilamente en el agua.

Esta metáfora traducida á buen romance quiere decir que Leonorcica, lejos de lloriquear y tirarse de las greñas, tocó generala, revistó á sus amigos de cuartel, y de entre ellos, sin más recancamusas, escogió para amante de relumbrón al alférez del regimiento de Córdoba D. Juan Francisco Pulido, mocito que andaba siempre más emperejilado que rey de baraja fina.

II

MANO DE HISTORIA Si ha caídlo bajo tu dominio, lector amable, mi primer libro de Tram CIONES, habrás hecho conocimiento con el Excmo. Sr. D. Manuel Amat y Juniet, trigésimo primo virrey del Perú por su majestad Fernando VI. Ampliaremos hoy las noticias históricas que sobre él teníamos consignadas.

La capitanía general de Chile fué en el siglo pasado un escalón para subir al virreinato. Manso de Velazco, Amat, Jáuregui, O'lliggins y Avilés, después de haber gobernado en Chile, vinieron á ser virreyes del Perú.

A fines de 1771 se hizo Amat cargo del gobierno. «Trafa—dice un historiador—la reputación de activo, organizador, inteligente, recto hasta el rigorismo y muy celoso de los intereses públicos, sin olvidar la propia conveniencia. Su valor personal lo había puesto á prueba en una sublevación de presos en Santiago. Amat entró solo en la cárcel, y recibido á pedradas, contuvo con su espada á los rebeldes. Al otro día ahorcó docena y media de ellos. Como se ve, el hombre no se andaba con repulgos.

Amat principió á ejercer el gobierno cuando, hallándose más encarnizada la guerra de España con Inglaterra y Portugal, las colonias de Amé rica necelaban una invasión. El nuevo virrey atendió perfectamente á poner en pie de defensa la costa desdo Panamá á Chile, y envió eficaces auxilios de armas y dinero al Paraguay y Buenos Aires. Organizó en Lima milicias cívicas, que subieron á cinco mil hombres de infantería y dos mil de caballería, y él mismo se hizo reconocer por coronel del regimiento de nobles, que contaba con cuatrocientas plazas. Efectuada la paz, Carlos III premió á Amat con la cruz de San Jenaro, y mandó á Lima veintidós hábitos de caballeros de diversas órdenes para los vecinos que más se habían distinguido por su entusiasmo en la formación, equipo y disciplina de las milicias.