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Ricardo Palma

ramo de Marina, y murió en 1810, muy pesaroso por haber sido uno de los miembros de la regencia que contribuyó á que Napoleón dominase en la metrópoli.

III

Grano de Oro era un negrito casi enano, regordete y patizambo, gran bebedor é insigne guitarrista. Habiendo en cierta ocasión sorprendido á su coima en flagrante gatuperio, cortó por lo sano, plantando á la hembra y al rival tan limpias puñaladas que no tuvieron tiempo para decir ni Jesús, que es bueno. La justicia lo puso entre la espada y la pared, obligándolo á escoger entre la horca y el empleo de verdugo, vacante á la sazón. Grano de Oro, que tenía mucha ley á su pescuezo, aceptó el empleo.

Pero el pícaro no lo desempeñaba en conciencia, sino perramente, pues desde que se le anunciaba que había racimo que colgar y que fuese alistando los chismes del oficio, se entregaba á una crápula tan estupenda que, llegado el momento de ejercer sus altas funciones, no había sujeto, es decir, verdugo. Los pobres rcos sufrían con él un prolongado ahorcamiento, una agonía espantosa. Grano de Oro carecía de destreza para hacer un buen nudo escurridizo y nunca daba con garbo y oportunidad la pescozada. La Audiencia vivía descontenta con él, y si no procuraba reemplazarlo era porque el destino nada tenía de prebenda codiciable.

En la mañana del 23 de enero un alguacil avisó por superior encargo á Grano de Oro que el 25, á las once del día, tendría que apr ar la nuez á cinco pájaros de cuenta. Nunca se las había visto más gordas en ocho años que contaba de verdugo, y lo extraordinario del caso lo comprometía á que fuese también extraordinaria la bebendurria. Y fuélo tanto que, como el buen artillero al pio dei cañón, Grano de Oro cayó redondo y para más no levantarse al pie de una botija de guarapo.

La repentina muerte del verdugo trajo gran agitación entre los golillas. No había quien quisiese reemplazarlo, y los reos llevaban trazas de pudrirse en la cárcel. Por fin, sus señorías resolvieron, como último expediente, ver si alguno de los con lenados consentía en ajusticiar á sus compañeros y salvar la vida aceptando como titular el aperreado cargo.

Por su parte, los cinco criminales, que tenían noticia de los atrenzos en que se hallaban los jueces, se juramentaron un día en misa, á tiempo que el sacerdote levantaba la sagrada Ilostia, para rechazar la propuesta. «Así —pensaban—no encontrando la justicia sustituto para el difunto Grano de Oro y no pudiendo darse el gusto de verlos hacer zapatetas en el vacío, tendría que conmutarles la pena de muerte con la de presidio en Chagres ó Valdivia. Lo que importa por el momento—se dijeron—os salvar el número