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Ricardo Palma

dico una plaza en el regimiento de Mallorca. El mancebo asió la ocasión por el único pelo de la calva, y después de gruesas penurias y de dos años de soldadesca, consiguió plantarse la jineta; y tras un gentil sablazo, recibido y devuelto en el campo de batalla de Argel en 1775, pasó sin más examen á oficial. A contar de aquí, empezó la fortuna á sonreir á D. Fernando, tanto que en menos de un lustro ascendió á capitán como una loma.

Una tarde en que á inmediaciones de uno de los sitios reales disciplinaba su compañía, acertó á pasar la carroza en que iba de paseo su majestad, y por uno de esos caprichos frecuentes no sólo en los monarcas, sino en los gobernantes republicanos, hizo parar el carruaje para ver evolucionar á los soldados. En seguida mandó llamar al capitán, le preguntó su nombre, y sin más requilorio le ordenó regresar al cuartel y constituirse en arresto.

Dábase de calabazadas nuestro protagonista, inquiriendo en su magín la causa que podría haberlo hecho incurrir en el real desagrado; pero cuanto más se devanaba el caletre, más se perdía en extravagantes conjeturas. Sus camaradas huían de él como de un apestado; que cualidad de las almas mezquinas es abandonar al amigo en la hora de la desgracia, viniendo por ende á aumentar su zozobra el aislamiento á que se veía condenado.

Pero como no queremos hacer participar al lector de la misma angustia, diremos de una vez que todo ello era una amable chanza del monarca, quien vuelto á Madrid llamó á su secretario, y abocándose con él —Sabes—le interrogó—si está vacante el mando de algún regimiento?

—Vuestra majestad no ha nombrado aún el jefe que ha de mandar en la campaña del Rosellón el regimiento de las Ordenes militares.

—Pues extiende un nombramiento de coronel para el capitán D. José Fernando de Abascal y confiérele su mando, Y su majestad salió dejando cariacontecidlo á su ministro.

Caprichos de esta naturaleza eran sobrado frecuentes en Carlos IV.

Paseando una tarde en coche, se encontró detenido por el Viático que marchaba á casa de un moribundo. El rey hizo subir en su carroza al sacerdote, y cirio en mano acompañó al Sacramento hasta el lecho del enfermo. Era éste un abogado en agraz que, restablecido de su enfermedad, fué destinado por Carlos IV á la Audiencia del Cuzco, en donde el zumbón y epigramático pueblo lo bautizó con el apodo del oidor del Tabardillo.

Sigamos con Abascal.

Veinticuatro horas después salía de su arresto, rodeado de las felicitaciones de los mismos que poco antes le huían cobardemente. Solicitó lucgo una entrevista con su majestad, en la que tras de darle las gracias por