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Tradiciones peruanas

sus mercedes, se avanzó á significarle lá curiosidad que lo aquejaba de saber lo que motivara su castigo.

El rey, sonriendo con aire paternal, le dijo:

—¡Ideas, coronel, ideas!

Terminada la campaña de Rosellón, en que halló gloriosa tumba de soldado el comandante en jefe del ejército D. Luis de Carbajal y Vargas, conde de la Unión y natural de Lima, fué Abascal ascendido á brigadier y trasladado á América con el carácter de presidente de la Real Audiencia de Guadalajara.

Algunos años permaneció en Méjico D. Fernando, sorprendiéndose cada día más del empeño que el rey se tomaba en el adelanto de su carrera. Cierto es también que Abascal prestaba importantísimos servicios á la corona. Baste decir que al ser trasladado al Perú con el título de virrey, hizo su entrada en Lima, por retiro del Excmo. Sr. D. Gabriel de Avilés, á fines de julio de 1806, anunciándose como mariscal de campo, y que seis años después fué nombrado marqués de la Concordia, en memoria de un regimiento que fundó con este nombre para calmar la tempestad revolucionaria y del que por más honrarlo se declaró coronel.

Abascal fué, hagámosle justicia, esclarecido militar, habil político y acertado administrador.

Murió en Madrid en 1821, á los setenta y siete años de edad, invistiendo la alta clase de capitán general.

Sus armas de familia eran: escudo en cruz, dos cuarteles en gules con castillo de plata, y dos en oro, con un lobo de sable pasante.

II

GAJES DEL OFICIO Allá por los años de 1815, cuando la popularidad del virrey D. José Fernando de Abascal comenzaba a convertirse en humo, cosa en que siempre viene á parar el incienso que se quema á los magnates, tocóle á su excelencia asistir á la catedral en compañía del Cabildo, Real Audiencia y miembros de la por entonces magnífica Universidad de San Marcos, para solemnizar una fiesta de tabla. Habíase encargado del sermón un reverendo de la orden de predicadores, varón muy entendido en súmulas, gran comentador de los santos padres y sobre cuyo lustroso cerviguillo descansaba el doctoral capelo.

Subió su paternidad al sagrado púlpito, ensartó unos cuantos latinajos, y después de media hora en que echó flores por el pico ostentando nna erudición indigesta y gerundiana, descendió muy satisfecho entre los murmullos del auditorio,