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Ricardo Palma

IV

373 QUE TRATA DEL INGENIOSO MEDIO DE QUE BE VALIÓ UN FRAILE PARA OBLIGAR AL MARQUÉS Á RENUNCIAR EL GOBIERNO El virrey, que se encontraba hacía algún tiempo en lucha abierta con los miembros del Cabildo y el alto clero, se burlaba de los pasquines y anónimos que pululaban, no sólo en las calles, sino hasta en los corredopalacio. La grita popular, que amenazaba tomar las serias proporciones de un motin, tampoco le inspiraba temores, porque su excelencia contaba con dos mil quinientos soldados para su resguardo y con cuerdas nuevas de cáñamo para colgar racimos humanos en una horcares Que Abascal era valiente hasta la temeridad, lo comprueba, entre muchas acciones de su vida, la que vamos á apuntar. Hallábase, como buen español, duriniendo siesta en la tarde del 7 de noviembre de 1815 cuando le avisaron que en la plaza de Santa Catalina estaba formado el regimiento de Extremadura en plena rebeldía contra sus jefes, y que la cestnoralización se había extendido ya á los cuarteles de húsares y dragones. El virrey montó precipitadamente á caballo, y sin esperar escolta penetró solo en los cuarteles de los sublevados, bastando su presencia y energía para restablecer el orden.

Realizada por entonces la independencia de algunas repúblicas americanas, la idea de libertad hacía también su camino en el Perú. Abascal había sofocado la revolución en Tacna y en el Cuzco, y sus esfuerzos por el momento se consagraban á vencerla en el Alto Perú. Mientras el per maneciese al frente del poder, juzgaban los patriotas de Lima que era casi imposible salir avante.

Felizmente, el premio otorgado por Abascal al molondro predicador vino á sugerir á otro religioso agustino, el padre Molero, hombre de inge nio y de positivo mérito, que sus motivos tendría para sentirse agraviado, la idea salvadora que sin notable escándalo fastidiase a su excelencia obligándolo a irse con la música á otra parte. Para ejecutar su plan le fué necesario ganarse el criado en enya lealtad abrigaba más conflanza el virrey, y he aquí cómo se produjo el mayor efecto á que un serinoncillo de mala muerte diera causa.

Una mañana, al acercarse el marqués de la Concordia á su mesa de escribir, vió sobre ella tres saquitos, los que mandó arrojar á la calle después de examinar su contenido. Su excelencia se encolerizú, dió voces borrascosas, castigó criados y aun es faina que se practicaron dos ó tres