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Ricardo Palma

II

403 Durante el sitio disparó sobre el campamento de Bellavista, ocupado por los patriotas, 79.553 balas do cañón, 454 bombas, 90s granadas, y 31,713 tiros de metralla, ocasionando a los sitiadores la muerto de siete oficiales y ciento dos individuos de tropa, y seis oficiales y sesenta y dos soldados heridos. Los patriotas por su parte no anduvieron cortos en la respuesta, y lanzaron sobre las fortalezas 20,327 balas de cañón, 317 bombas é incalculable cantidad de metralla.

Al principiarse el sitio contaba Rodil en los castillos una guarnición de 2.810 soldados, y el día de la capitulación sólo tuvo 376 hombres en estado de manejar una arma. El resto había sucumbido al rigor de la pesto y de las balas republicanas. En las calles del Callao, donde un año antes pasaban de 8.000 los asilados ó partidarios del rey, apenas si llegaban á 700 almias las que presenciaron el desenlace del sitio. Según García Camba, fueron 6.000 las víctimas del escorbuto y 767 los que murieron combatiendo.

En los primeros meses del sitio Rodil expulsó de la plaza 2.380 personas. El gobierno de Lima resolvió no admitir más expulsados, y vióse el feroz espectáculo de infelices mujeres que no podian pasar al campamento de Miranaves ni volver a la plaza, porque de ambas partes se las rechazaba á balazos. Las desventurulas se encontraban entre dos fuegos y sufriendo angustias imposibles de relatarse por plutaa humana. Ho aquí lo que que sobre este punto dice Itodil en el curioso manifiesto que publicó en España, sin alcanzar ciertamente á disculpar un hecho ajeno do todo sentimiento de humuanidad.

«Yo que necesitaba aminorar la población para suspender consumos que no podían reponerse, mandé que los que no pudioran subsistir con sus provisiones ó industría salicsen del Callao. Esta orden fué cumplida con prudencia, con pausa y con buen éxito. la noticia de los primeros que emigraron fué animando á los que carecían de recursos para vivir en la población, y en cuatro meses me desenrgué de 2.389 bocas inútiles. Los enemigos, á la décimacuarta emigración de ellas entendieron que su conservación me sería nociva, y tentaron no admitirlas con esfuerzo inhumano. Yo las repelí decisivamente.» Inútil es hacer sobre estas líneas apreciaciones que están en la conciencia de todos los espíritus generosos. Si indigna hasta la barbarie y ajena del carácter compasivo de los peruanos fué la conducta del sitiador, no menos vituperable encontrará el juicio de la historia la conducta del gobernador de la plaza.