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Tradiciones peruanas

Era la última hora de la tarde de un día de septiembre del año 1707.

La campana de San Pablo acababa de dar el solemine toque de oración, cuando el Nazareno penetró en la portería del convento de los padres jesuítas y se dirigió á la celda del Superior. Recibido por éste, puso en sus manos un pliego cerrado. El jesuíta examiné detenidamente el sello, y sin abrir el pliego, como si por alguna marca de la cera hubiera adivinado el contenido, se volvió hacia el portador y le dijo:

—Gracias, hermano. Los hijos de Loyola no olvidaremos nunca todo el bien que nos hacéis.

Aquel día había fondeado en el Callao un buque de guerra con procedencia de España. El comandante pasó inmediatamente á Lima y entregó al virrey Amat las comunicaciones de que era conductor.

En el mismo instante daba el Nazareno al Superior de los jesuítas cl pliego le que ya hemos hablado.

El virroy se encerró en su gabinete á leer la correspondencia. A las once de la noche regresó del teatro, convocó a la Real Audiencia y, vivamente afectado, puso en su conocimiento que so iba á proceder á la expulsión de los jesuítas. El virrey dictó algunas providencias, y tanto á los oidores cotno á los individuos que venían á contestarle sobre el cumplimiento de las medidas que les había ordonado, les impuso su excelencia arresto en una sala de palacio. El objeto era que no fuese conocida por los padres la real orden hasta que llegase el momento de la sorpresa.

Pero averiguada cosa es—dice un escritor contemporánco—que el mismo buque que condujo las comunicaciones para el virrey, traía también instrucciones privadas del Superior de los jesuítas en Madrid. Está envuelto en el misterio el medio que empleó para comunicar sus instrucciones al Superior de Lima, y por la misma nave, y no habiendo en ese día pisa lo tierra más persona que el comandante, quien ignoraba el contenido de la comunicación real.

Daban las doce de la noche cuando un alcalde de casa y corte, seguido de escribas, corchetes y demás familia monuda de la cohorte que so ocupa en justiciar, tocaban en la portería de San Pablo para cumplir la disposición del ministro de Carlos III, por la que en un mismo día fueron expulsados de las Indias los temidos discípulos de Loyola.

El hermano portero recibió á la comitiva como quien esperaba la visita.

Y así era la verdad, El Superior había congregado desde las ocho de la noche a los demás padres, hecho venir á cinco ó seis que se hallaban ausentes del convento, y dádoles cuenta del pliego que recibió del Nazare-