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asombradas, cual cabellera de mujer entre perlas, hasta que, allá lejos, dio con los montes del Olimpo, y allí reposó, contempló ella la inmensidad, y postróse.


Envuelta en brillante dosel de nubes, digno emblema de su mundo, que sólo en inmaculada belleza se veía, pero que no ocultaba empero la vista de otras hermosuras que brillaban en la luz, una guirnalda que envolvía cada forma estrellada. Y todo el éter de ópalo circundado por brillantísimos colores.


Toda presurosa sobre lecho florido arrodillóse, lecho de lirios, como los que se erguían sobre el hermoso cabo Deucato, que brotaban abundantes, ávidos de detener los pasos que huían. Egregia altivez, de la que á un mortal amó y luego murió. La sefálica, la flor de abejillas cargada, levantaba su purpúreo talle envolviéndole las rodillas. Y la flor doble de Trebizonda, así llamada; oriunda de las excelsas estrellas, donde en antaño arrojó sombras á todas las beldades: en almibarado rocío (el fabuloso néctar que conocían los paganos) miel que el delirio producía, del cielo destilada, caía en los jardines de los maldecidos en Trebizonda, y sobre una asoleada flor, semejante á la propia de las excelsas esferas, se ex-