Hoy no hará su seutencia, aunque severa,
Que pueda desdeñar mi compañía
La más noble mujer, la más austera:
Ni tú, doncella, que arrastraste un día
Con lazo desatado á tu cintura
La nave que Cibeles detenía;
Ni tú, vestal, que en tu virtud segura,
Extinta al ver la llama milagrosa,
Arrojaste, y ardió, ta vestidura.
Y tú, amada Escribonia, ¿alguna cosa
Hallaste impropia en la hija que perdiste,
O, excepto su partida, dolorosa?
Tu llanto me honra, y el lamento triste
Del pueblo todo, y la funérea rama
Con que César mi túmulo reviste.
César de su hija, en público, me llama
Digna hermana; y el pueblo oyó el gemido,
Y las lágrimas vio que un dios derrama.
De madre de varones el vestido
Fecunda esposa merecí: mi muerte
Desierto no dejó mi hogar querido.
¡Lépido, Paulo! al golpe de la suerte
Expiré en vuestros brazos, y ahora siento
Que resucito en vuestras almas fuerte.
Dos veces ocupó curul asiento
Mi hermano, y con el prez del consulado
Recibió de mi ausencia el sentimiento.
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LA SOMBRA DE CORNELIA