que sagrado por vuestro presagio favorable. Jamás, en efecto, marchando al azar, os habría encontrado las primeras, ni, comedido entre vosotras que sois comedidas, me hubiera sentado en este asiento venerable y rudo. Por eso, Diosas, con arreglo á la palabra profética de Apolo, conceded me ese cambio y ese fin de mi vida, á menos que no os parezca demasiado vil, agobiado como estoy de miserias interminables, las más crueles que los mortales hayan sufrido. Vamos, ¡oh dulce hija de la antigua oscuridad, y tú que llevas el nombre de la muy grande Palas, Atenas la más ilustre de las ciudades! Tened piedad de esta sombra miserable de Edipo, porque mi antiguo cuerpo no era tal como éste.
Guarda silencio. He aquí que vienen acá hombres de una edad avanzada y miran dónde estás sentado.
Me callaré; pero llévame fuera del camino y ocúltame en el bosque sagrado, hasta que oiga las palabras que digan; porque no hay seguridad sino para aquellos que saben lo que hay que hacer.
¡Mira! ¿quién era? ¿dónde se ha escondido evadiéndose de este lugar sagrado, él, el más impudente de todos los hombres? Busca, ve, mira por todos lados. Ciertamente, ese anciano es un vagabundo, un extranjero. De otro modo, no hubiera entrado en este bosque sagrado, inaccesible, de las vírgenes indomadas que tememos invocar por un hombre, cerca del que pasamos volviendo los ojos, cerrada la boca y pasando silenciosamente. Ahora se dice que alguien ha venido aquí sin respeto; pero, mirando por todas partes en el bosque sagrado, no puedo ver dónde está.
Heme aquí, porque os veo al oiros, como se dice.
¡Ah! ¡ah! Es horrible de ver y de oir.