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Ayax

amenazaba; pero no hubieras oído su voz mientras la tempestad rugía por todas partes; porque, envuelto en su capa, se dejaba pisotear por el primer marinero que pasaba. Así te ocurrirá á ti, cuando una gran tempestad brote de una pequeña nube y reprima fácilmente el clamor odioso de tu boca insolente.

Y yo he visto un hombre, lleno de demencia, que insultaba los males de los demás. Después, alguno, semejante á mí y que tenía el mismo espíritu, habiéndole mirado frente á frente, le dijo estas palabras: «Hombre, no injuries á los muertos. Si obras así, sabe que serás castigado.» Así es como advertía á aquel miserable. Y veo á ese hombre, y si no me engaño, no es otro sino tú. ¿He hablado oscuramente?

Me voy, porque sería vergonzoso que se supiese que ha combatido con palabras el que puede obligar por la fuerza.

Vete, pues, porque es también muy vergonzoso para mí oir á un insensato extenderse en palabras vanas.

He aquí que una gran querella se prepara. Tanto como puedas, Teucro, apresúrate á abrir una fosa profunda donde sea encerrado en la tierra negra, para que obtenga una tumba ilustre entre los mortales.

He aquí que el hijo del hombre y su mujer llegan á tiempo para celebrar los funerales del muerto desgraciado.

¡Oh hijo! Ven aquí, y toca como suplicante al padre que te ha engendrado. Permanece, mirándole y teniendo en tus manos mis cabellos, los de ésta y los tuyos, protección de los suplicantes. ¡Si alguien del ejército te arrastrase por fuerza lejos de estos funerales, que ese hombre malvado