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Filoctetes

Lo que ves es toda su riqueza.

¡Ah! ¡ah! Veo, además, algunos harapos que están puestos á secar, llenos de sangre corrompida.

Ciertamente, el hombre habita ahí, y no está lejos. ¿Cómo, en efecto, ha de ir lejos aquel cuyo pie sufre un mal antiguo? Habrá ido, como de costumbre, á buscar alimento, ó alguna planta, si la conoce, que calme sus dolores. Envía á este hombre, de descubierta, para que Filoctetes no caiga repentinamente sobre mí, porque, de todos los argivos, yo soy de quien preferiría apoderarse.

Ya ha partido y seguirá las huellas. En cuanto á ti, si quieres otra cosa, habla de nuevo.

¿Qué ordenas, pues?

Hijo de Aquileo, para cumplir la tarea que nos trae aquí, es preciso no sólo ser valiente y fuerte; es necesario también, siquiera me oigas decir lo que antes no me has oído, obrar como yo, puesto que estás aquí para ayudarme.


Es preciso que engañes el ánimo de Filoctetes con palabras dispuestas para seducirle. Cuando te pregunte quién eres y de dónde vienes, dile que eres hijo de Aquileo. No hay para qué ocultar esto; que navegas hacia tu patria, habiendo abandonado la flota de los aqueos, á quienes aborreces violentamente, los cuales, habiéndote hecho dejar tu morada con sus súplicas para sitiar á Ilión, no han querido, á tu llegada, entregarte las armas de Aquileo, que pedías