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Filoctetes

No serán, pues, los troyanos, sino tú, contra quien combatiremos.

¡Que lo que debe ser sea!

¿Ves mi mano sobre el puño de la espada?

Verás la mía hacer otro tanto y sin más tardar.

Te dejaré, pues, y diré esto á todo el ejército, que te castigará.

Vuelves á la razón, y, si eres siempre prudente de este modo, te verás seguramente siempre fuera de peligro. En cuanto á ti, ¡oh hijo de Peano! Filoctetes, sal, deja esa roca que te resguarda.

¿Qué clamor, qué ruido se eleva cerca de mi antro? ¿Para qué me llamáis? ¿Qué queréis, oh extranjeros? ¡Ay! ¡Es todavía alguna desdicha! ¿Venís á añadir un nuevo mal á mis otros males?

Cobra ánimo. Escucha las palabras que voy á decirte.

Tengo miedo, en verdad, porque he caído ya en la desgracia, seducido por tus bellas palabras y persuadido por ellas.