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Sófocles

No la soltaré.

SÓFOCLES


¡Ah! ¿por qué me impides matar con mis flechas á este hombre funesto y odioso?

Porque eso no está bien ni para ti ni para mí.

.

Sabe, sin embargo, que esos jefes de ejército, esos hombres, príncipes de los aqueos, son heraldos de mentiras, cobardes en el combate y atrevidos de lengua.

¡Sea! Ahora tienes tu arco y no tienes razón para irri—tarte contra mí y dirigirme reproches.

Lo reconozco. Has mostrado ¡oh hijo! de qué raza provienes, no de un padre como Sísifo, sino de Aquileo, que pasaba por el mejor entre los vivos, todo el tiempo que vivió, y ahora entre los muertos.

Me regocijo de que alabes á mi padre y á mí mismo; pero oye lo que deseo de ti. Es necesario que los hombres soporten todos los males que les sobrevienen por la voluntad de los Dioses; pero es justo no conceder perdón ni piedad á los que se precipitan ellos mismos en la desgracia, como tú lo haces. Te enfureces y no aceptas ningún consejo, y aborreces á quien te advierte con benevolencia, y le miras como á un enemigo funesto. Hablaré, sin embargo, poniendo por testigo á Zeus, que castiga el perjurio. Escucha mis palabras y grábalas en tu mente. Has sido afligido con ese mal por los Dioses, por haberte acercado al guardián