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Sófocles

sin gloria y privado de esos premios al valor de que él había obtenido el honor ilustre? Esto no es soportable. ¿Si, precipitándome contra los muros troyanos, combatiese solo contra todos ellos, y si, llevando á cabo una acción heroica, muriese al fin? Pero haría una cosa útil y agradable á los Atreidas. Esto no me place nada. Es preciso intentar otra vía por la cual pruebe á mi anciano padre que no ha nacido de él un cobarde. En efecto, es vergonzoso para un hombre desear una larga vida si no hay remedio alguno á sus males.

¿Qué es lo que un día añadido á otro día puede traer de felicidad, haciendo retroceder la muerte al siguiente? No estimo en ningún precio al hombre que se lisonjea con una vana esperanza. O vivir gloriosamente ó morir lo mismo conviene á un hombre bien nacido. Esto es todo lo que tengo que decir.

Nadie dirá jamás, Ayax, que ese lenguaje no es tuyo y te ha sido inspirado, porque es propio de tu espíritu. Reprime, sin embargo, esa cólera, y, olvidando tus penas, déjate regir por tus amigos.

¡Oh dueño Ayax! No hay mal más terrible para los hombres que la servidumbre. Yo nací de un padre libre y más poderoso por sus riquezas que ningún otro entre todos los frigios, y ahora soy esclava. Así los Dioses y sobre todo tu brazo lo han querido. Por eso, desde que he entrado en tu lecho, me preocupo de lo que á ti se refiere. Te conjuro, pues, por Zeus que protege el hogar, por tu lecho donde te has unido á mí, no me dejes convertirme en el triste objeto de risa y el juguete de tus enemigos, entregándome al capricho de cada cual. El día en que, muriendo, me abandones con tu muerte, no dudes que, violentamente arrebatada por los argivos, coma, con tu hijo, un alimento servil. Y algún nuevo dueño, insultándome, me dirá tal vez esta frase amarga: «Mirad la esposa de Ayax, que fué el más poderoso del ejército por su fuerza; ved qué servidumbre sufre en lugar del destino envidiable que era el suyo.» Dirá tales palabras, y la dura necesidad me atormentará, y esas palabras deshonrarán á ti y á tu raza. ¡Respeta á tu padre, que abandonarás agobiado por una triste ancianidad; respeta á tu madre cargada de numerosos años, que suplica sin descanso