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La sombra de los árboles se extendía sobre el musgo. Alguna vez, la luna trazaba en los claros rayas de plata, y entonces vacilaba en avanzar, creyendo encontrarse en una corriente de agua, y otras, la superficie inmóvil de una charca se confundía con el color de la hierba. Un gran silencio le seguía, y por ninguna parte asomaban los animales, que minutos antes había visto errar en torno del castillo.

Cerrábase el bosque, la oscuridad era cada vez más profunda. Pasaban bocanadas de viento cálido, lleno de aromas enervantes. Hundiéndose en montones de hojas muertas, apoyose contra una encina para alentar un poco.

De pronto saltó a su espalda una masa más negra: un jabalí. Julián no tuvo tiempo de coger su arco, y se afligió de ello como de una desgracia.

Luego, al salir del bosque, divisó un lobo que se escurría a lo largo de un seto.

Julián le envió una flecha. El lobo se detuvo; volvió la cabeza para verle y siguió su carrera.

Trotaba, guardando siempre la misma distancia, deteníase de tiempo en tiempo, y tan pronto como le apuntaba otra vez volvía a huir.

De esta manera recorrió Julián una llanura interminable; luego montículos de arena, y al fin se encontró en lo alto de una meseta que dominaba gran extensión de terreno. Había allí diseminadas entre unas cuevas en ruinas muchas piedras planas. Se tropezaba en osamentas de muer-

Tres cuentos
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