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Miguel de Unamuno

MIGUEL DE UNAMUNQ lia temblaba. Alejandro callaba. Temblor y silencio se prolongaron un rato.

—Parece que está usted mala, Julia—dijo él.

—No, no; estoy bien!

—Entonces, ¿por qué tiembla así?

—Algo de frío acaso...

—No, sino miedo.

—¿Miedo? ¿Miedo de qué?

—¡Miedo... a míl —Y por qué he de tenerle miedo?

—Sí, me tiene miedo!

Y el miedo reventó deshaciéndose en llanto. Julia Iloraba desde lo más hondo de las entrañas, lloraba con el corazón. Los sollozos le agarrotaban, faltábale el respiro.

3 —¿Es que soy algún ogro?—susurró Alejandro.

—Me han vendido! ¡Me han vendido! ¡Han traficado con mi hermosura! ¡Me han vendido!

—¿Y quién dice eso?

—Yo, lo digo yol ¡Pero no, no seré de usted... sino muertal —Serás mía, Julia, serás mía... ¡Y me querrás! ¿Vas a no quererme a mi? A mí? ¡Pues no faltaba más!

Y hubo en aquel a mi un acento tal, que se le cortó a Julia la fuente de las lágrimas, y como que se le paró el corazón. Miró entonces a aquel hombre, mientras una voz le decia: «¡Este es un hombrel»