Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/128

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
124
Miguel de Unamuno

No, nunca, no tengo queja...

—Pues no faltaba más!

—No, no tengo queja; pero...

—Bueno, pregunta y acabemos.

—No, no te lo pregunto.

—Pregúntamelo!

Y de tal modo lo dijo, con tan redondo egoísmo, que ella, temblando de aquel modo, que era, a la vez que miedo, amor, amor rendido de esclava favorita, le dijo:

—Pues bueno, dime: ¿tú eres viudo...?

Pasó como una sombra un leve fruncimiento de entrecejo por la frente de Alejandro, que respondió:

—Sí, soy viudo.

—¿Y tu primera mujer?

—A ti te han contado algo...

—No; pero...

—A ti te han contado algo, dí.

—Pues si, he oido algo...

Y lo has creido?

—No..., no lo he creído.

—Claro, no podías, no debías creerlo.

No, no lo he creido.

E..

—Es natural. Quien me quiere como me quieres tú, quien es tan mia como tú lo eres, no puede creer esas patrañas.

—Claro que te quiero... y al decirlo esperaba a provocar una confesión recíproca de cariño.