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Miguel de Unamuno

Tonterías—y Alejandro se echó a reir—. Te empeñas en sazonar nuestra vida con sal de llbros. Y si es que quieres probarme dándome celos, te equivocas.

¡Yo no soy de ésos! ¿A mí con ésas? ¿A mí? Diviértete en embromar al majadero de Bordaviella.

«¿Pero será cierto que este hombre no siente celos?

—se decía Julia—.¿Será cierto que le tiene sin cuidado que el conde venga y me ronde y me corteje como me está rondando y cortejando? ¿Es seguridad en mi fidelidad y cariño ¿Es seguridad en su poder sobre mi?

¿Es indiferencia? ¿Me quiere, o no me quiere?» Y empezaba a exasperarse. Su amo y señor marido le estaba torturando el corazón, La pobre mujer se obstinaba en provocar celos en su marido, como piedra de toque de su querer, mas no lo conseguía.

—¿Quieres venir conmigo a casa del conde?

—¿A qué?

—¡Al te!

—Al te? No me duelen las tripas. Porque en mis tiempos y entre los míos no tomaba esa agua sucia mas que cuando le dolían a uno las tripas. ¡Buen provecho te haga! Y consuélale un poco al pobre conde.

Allí estará también la condesa con su último amigo, el de turno. ¡Vaya una sociedad! ¡Pero, en fin, eso viste!