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Nada menos que todo un hombre

En tanto, el conde proseguía el cerco de Julia. Fingia estar acongojado por sus desventuras domésticas para asi excitar la compasión de su amiga, y por la compasión llevarla al amor, y al amor culpable, a la vez que procuraba darle a entender que conocía también algo de las interioridades del hogar de ella.

—Si, Julia, es verdad; mi casa es un infierno, un verdadero infierno, y hace usted bien en compadecerme como me compadece. ¡Ah, si nos hubiésemos conocido antes! ¡Antes de yo haberme uncido a mi desdicha! Y usted...

—Yo a la mía, ¿no es eso?

—¡No, no; no quería decir eso..., nol 131 —¿Pues qué es lo que usted quería decir, conde?

—Antes de haberse usted entregado a ese otro hombre, a su marido...

—¿Y usted sabe que me habria entonces entregado a usted?

—Oh, sin duda, sin duda...!

—¡Qué petulantes son ustedes los hombres!

—¿Pctulantes?

—Sí, petulantes. Ya se supone usted irresistible.

—Yo... no!

—¿Pues quién?

—¿Me permite que se lo diga, Julia?

—Diga lo que quieral