¡Es decir, querer hacérmelo creer! ¡Como si mi mujer pudiese faltarme a mi! A inil Alejandro Gómez no es ningún michino; ¡es nada menos que todo un hombre!
Y no, no conseguirás lo que buscas, no conseguirás que yo te regale los oídos con palabras de novelas y de tes danzantes o condales. Mi casa no es un teatro.
—¡Cobardel ¡Cobarde! ¡Cobarde! —gritó ya Julia, fuera de sí—.¡Cobarde!
Aquí va a haber que tomar medidas—dijo el marido.
Y se fué.
A los dos días de esta escena, y después de haberla tenido encerrada a su mujer durante ellos, Alejandro la llamó a su despacho. La pobre Julia iba aterrada. En el despacho la esperaban, con su marido, el conde de Bordaviella y otros dos señores.
—Mira, Julia—le dijo con terrible calma su marido—. Estos dos señores son dos médicos alienistas, que vienen, a petición mía, a informar sobre tu estado para que podamos ponerte en cura. Tú no estás bien de la cabeza, y en tus ratos lúcidos debes comprenderlo así.
—¿Y qué haces tú aquí, Juan?—preguntó Julia al conde, sin hacer caso a su marido.