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Miguel de Unamuno

Pero el mal la iba matande. Algo terrible le andaba por las entrañas.

Cuando el hombre de fortuna vió que la Muerte le iba a arrebatar su mujer, entró en un furor frio y persistente. Llamó a los mejores médicos. «Todo era inútil»», le decían.

—Sálvemela usted!—le decia al médico.

—¡Imposible, don Alejandro, imposible!

—¡Sálvemela usted, sea como sea! ¡Toda mi fortuna,todos mis millones por ella, por su vida!

—¡Imposible, don Alejandro, imposible!

—¡Mi vida, mi vida por la suyal ¿No sabe usted hacer eso de la transfusión de la sangre? Sáqueme todala mía y désela a ella. Vamos, sáquemela.

—¡Imposible, don Alejandro, imposible!

—¿Cómo imposible? Mi sangre, toda mi sangre por ella!

—Sólo Dios puede salvarla!

—Dios! ¿Dónde está Dios? Nunca pensé en Él.

Y luego a Julia, su mujer, pálida, pero cada vez máshermosa, hermosa con la hermosura de la inminente muerte, le decía:

—¿Dónde está Dios, Julia?

Y ella, señalándoselo con la mirada hacia arriba, poniéndosele con ello los grandes ojos casi blancos, le dijo con una hebra de voz:

—¡Ahi le tienes!