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El marqués de Lumbría

EL MARQUÉS DE LUMBRIA pués reanudaba las sesiones del tresillo. Y se pasaba largos ratos encerrado con el penitenciario, revisando, se decía, los papeles del difunto marqués y arreglando su testamentaria.

Pero lo que dió un dia que hablar en toda la ciudad de Lorenza fué que, después de una ausencia de unos días, volvió Tristán a la casona con Carolina, su cuñada, y ahora su nueva mujer. ¿Pues no se decía que había entrado monja? ¿Dónde y cómo vivió durante aquellos cuatro años?

Carolina volvió arrogante y con un aire de insólito desafio en la mirada. Lo primero que hizo al volver fué mandar quitar el lienzo de luto que cubria el escudo de la casa. «Que le da el sol—exclamó—, que le da el sol, y soy capaz de mandar embadurnarlo de miel para que se llene de moscas.» Luego mandó quitar la yedra. «Pero Carolina—suplicaba Tristán—, ¡déjate de antiguallas!» El niño, el marquesito, sintió desde luego en su nueva madre al enemigo. No se avino a llamarla mamá, a pesar de los ruegos de su padre; la llamó siempre tía..

«¿Pero quién le ha dicho que soy su tíar—preguntó ella—, ¿Acaso Mariana?» «No lo sé, mujer, no lo sé—contestaba Tristán—; pero aquí, sin saber cómo, todose sabe.» «¿Todo?» «Si, todo; esta casa parece que lo dice todo...» «Pues callemos nosotros.» La vida pareció adquirir dentro de la casona una re—.

Turala