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El marqués de Lumbría

día Carolina a su sobrino, el marquesito—; necesitas compañía y quien te estimule a estudiar, y así, tu padre y yo hemos decidido traer a casa a un sobrino, a uno que se ha quedado solo...

El niño, que ya a la sazón tenía diez años, y que era de una precocidad enfermiza y triste, quedóse pensativo.

Cuando vino el otro, el intruso, el huérfano, el marquesito se puso en guardia, y la ciudad toda de Lorenza no hizo sino comentar el extraordinario suceso. Todos creyeron que como Carolina no había logrado tener hijos suyos, propios, traía el adoptivo, el intruso, para molestar y oprimir al otro, al de su hermana...

Los dos niños se miraron desde luego como enemigos, porque si imperioso era el uno, no lo era menos el otro. «Pues tú qué te crees—le decía Pedrito a Rodriguín—, que porque eres marqués vas a mandarme...? Y si me fastidias mucho, me voy, y te dejo solo.» «Déjame solo, que es como quiero estar, y tú vuélvete adonde los tuyos. Pero llegaba Carolina, y con un «niños!»» los hacia mirarse en silencio.

—Tio—(que así le llamaba), fué diciéndole una vez Pedrito a Tristán—, yo me voy, yo me quiero ir, yo quiero volverme con mis tías; no le puedo resistir a Rodriguín; siempre me está echando en cara que yo estoy aquí para servirle y como de limosna.

—Ten paciencia, Pedrín, ten paciencia, ¿no la tengo