absurdo, inconsistente y gastado, del servicio militar.
Se le recordaba que entre los deberes de la ciudadanía estaba ese servicio obligatorio del que ella se sustraía por la condición de su sexo, y Lanteri, con esa decisión arrolladora que la caracterizaba se presentó a las auto- ridades pidiendo su enrolamiento, dispuesta a cumplir, pesare cuanto pesare, todas las obligaciones inherentes a la ciudadanía.
Un comentarista argentino se ha referido a este caso sin destacar en él la elevación del gesto, en sacrificio al ideal anhelado.
He querido recordar este caso donde un sereno dicta- men del Juez E. Claros permitió una amplia campaña por los derechos de la mujer a la vida ciudadana, dic- tamen resuelto con elevado sentimiento de democracia integral, y con el que forma singular contraste, el dic- tamen del fiscal federal actual Dr. Caravallo que, de- negando un pedido análogo, bien establece juiciosa- mnente “que no son términos sinónimos nacionalidad y ciudadanía, y que la ciudadanía siendo aquella condición jurídica en cuya virtud los individuos intervienen en el ejercicio de la potestad política de una sociedad deter- minada, no puede obtenerla una mujer extranjera desde que la mujer no goza del ejercicio de. ningún derecho político.”
Pero muestra luego el fondo de su pensamiento de corte netamente cavernícola, como el de muchísimos hombres aún por el mundo, (véase Senado francés y otros) agregando al final de exposición que podría “ex- tenderse en otras consideraciones sobre la verdadera misión de la mujer en la sociedad, tergiversada por quienes emplean sus actividades lejos del hogar en tri- bunas partidarias, o en la propaganda de ideas exóticas, contrariando así la hermosa tradición argentina... (“Noticias Gráficas”, 23 de septiembre 1938, pág. 7).
No de otra manera han razonado Hitler y Mussolini,
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