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claración solemne de no aspirar para la mujer argentina al derecho de sufragio, por no ser su acción de lucha en el terreno de los hechos, sino pacificadora, educadora, controladora e influyente y por que reconoce que los derechos cívicos debe ser patrimonio exclusivo del hom- bre culto y moral” (pág. 305, Actas).

Desviado así por declaración y voto solemne, de su verdadero objetivo, el Consejo de Mujeres Argentinas no pudo ni podrá ser considerado jamás como organismo para la lucha por la equiparación en derechos entre am- bos sexos, como conviene a los ideales democráticos.

El mismo Consejo Internacional de Mujeres ha reali- zado ya su misión.

Primer organismo creado para elevar la condición de la mujer, y presentando en su programa de acción todas las reivindicaciones femeninas, su propia cons- titución y la hora en que vino al mundo, hicieron su marcha más lenta, más prudente, menos decidida, por- que le tocaba romper los más grandes prejuicios y batir las más inverosímiles posiciones.

También me tocó a mí, en mi país, organizar el Con- sejo de Mujeres Uruguayas, y hube de palpar los obs- táculos y las dificultades con que tropezaron las pio- nieras, las precursoras, las avanzadas en la lucha mun- dial.

Sorprendidas quedarían nuestras jóvenes mujeres si les explicásemos las actitudes de prudencia que pare- cerían absurdas a cualquier muchacha de hoy, y que hace sólo 25 años, en el Uruguay, estábamos obligadas a adoptar.

Las feministas eran, ya marimachos incapaces de to- da feminidad, y buscaban la emancipación femenina para mejor disfrutar de una corrupción de costumbres o una depravación inexcusable, ya ridículas que busca- ban posturas y plataformas, o unas -pobres solteronas

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