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el poder, la fuerza disciplinada y organizada no son omnipotentes en nuestra turbulenta república.

Aquí donde todos los días declamamos sobre la necesidad de prestigiar, robustecer y rodear al poder, siendo así que el hecho histórico persistente, enseña á todos los que tienen ojos y quieren ver, que la mayor parte de nuestras desgracias provienen del abuso de autoridad.

Recién vamos adquiriendo conciencia de nuestra perscnalidad; recién va encarnándose en las muchedumbres, cuya aspiración ardiente es conquistar y afianzar la libertad racional sobre los inamovibles quicios de la eterna justicia; recién vamos convenciéndonos de que lo que se llama soberanía popular es el ejercicio y la práctica del santo derecho; recién vamos entendiendo que el pueblo es todo, y que así como nadie puede reivindicar el honroso título de caballero si deja que se juegue con su dignidad personal, así también la entidad colectiva no puede enorgullecerse de sus conquistas morales, de sus progresos, de su civilización, si dócil y sumisa, irresoluta y cobarde se deja uncir al carro del poder para arrastrarlo según su capricho.

Por más entendido que fuera Mariano Rosas, ¡á qué había de perder tiempo en disertaciones políticas con él?

Como yo era en aquellos momentos un embajador (sic), y como siendo uno embajador debe tomar las cosas á lo serio, después de algunas palabras encomiando su conducta entré á explicar que el tratado de paz debiendo ser sometido á la aprobación del Congreso, no podía ser puesto en ejercicio inmediatamente.

Me valí para que el indio comprendiera lo que es Poder Ejecutivo, Parlamento, Presupuesto y otras hierbas, de figuras de retórica campesinas. Y sea que estuve inspirado, cosa que no me suele suceder,—no