Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/13

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recuerdo haberlo estado más que una vez, cuando renuncié á estudiar la guitarra, convencido de la depresión frenológica que puede notarse observando en mi cráneo el órgano de los tonos, y sea que estuve inspirado, decía, el hecho es de que Mariano Rosas se edificó.

Me cu vencieron de ello sus bostezos.

Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala de mis talentos oratorios, de mis conocimientos en la ciencia del derecho constitucional, de las seducciones que el hombre civilizado cree siempre tener para el bárbaro.

Me resolví, pues, á hacerle esta interpelación:

—¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?

¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el tratado por el Presidente, que es el que manda, nos costará mucho hacerles entender á los otros indios eso que usted me ha estado explicando.

—Haremos—continuó,—una junta grande, y en ella entre usted y yo, diremos lo que hay.

—Mientras tanto, hermano, cuente conmigo para ayudarlo en todo.

—Yo cuento con usted, porque veo que si no quisiera á los indios no habría venido á esta tierra.

Le contesté, como era de esperarse, asegurándole que el Presidente de la República era un hombre muy bueno; que se había envejecido trabajando porque se educaran todos los niños chicos de mi tierra; que no les había de abandonar á su ignorancia; que por carácter y por tendencias era hombre manso, que no amaba á la guerra; y que por otra parte, la Constitución le mandaba al Congreso conservar el tratado pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo; que el Congreso le había de dar al Presidente toda la plata que necesitase para esas cosas, y