Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/28

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 24 —

El padre Marcos debía oficiar, ayudándole el padre Moisés y yo, aunque de mi latín de sacristía no me habían quedado sino recuerdos confusos y vagos.

Pero mi deber era dar el ejemplo en todo.

Lo revestimos al padre Marcos, y los oficios empezaron.

Grupos de indios curiosos nos acechaban.

Reinaba un profundo silencio.

La metálica campanilla vibró, invitando á hacer acto de contricción por la sangre del Redentor.

Era la primera vez que en aquellas soledades, que entre aquellos bárbaros, resonaban los ecos del humilde Confiteor Deo Omnipotenti.

Los cristianos oraban con intensa devoción.

Yo los miraba cada vez que la ceremonia me permitía darle el flanco al altar.

Entre ellos había varios indios.

En algunas mujeres sorprendí lágrimas de arrepentimiento ó de dolor; en otras vagaba por su fisonomía algo parecido á un destello de esperanza.

Todos parecían estar íntimamente satisfechos de haberse reconciliado con Dios, elevando su espíritu á él en presencia de la cruz y del altar.

Mientras duraron los oficios sagrados, yo pensé constantemente en mi madre.

Recordaba los martirios infantiles por que me había hecho pasar, llevándome todos los domingos á la iglesia de San Juan, para que ayudara á misa bajo su vigilante mirada :

—¡Pobre mi madre!—me decía,—¡ qué lejos estás!

Rogaba á Dios por ella y por todos los que amaba ; y le daba gracias por esos martirios, porque debido á ellos me era permitido experimentar el placer de prestigiar á la religión entre los infieles, tomando parte en