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La junta se haría á los cuatro días porque había que hacer citaciones.

No habría novedad.

Yo expondría en ella los objetos de mi viaje, y Mariano me apoyaría en todo.

Sólo había un punto dudoso.

¿Por qué insistía yo tanto en comprar la posesión de la tierra ?

Mariano me dijo:

—Ya sabe, hermano, que los indios son muy desconfiados.

—Ya lo sé; pero del actual Presidente de la República, con cuya autorización he hecho estas paces, no deben ustedes desconfiar, le contesté.

—¿Usted me asegura que es buen hombre ? me preguntó.

—Sí, hermano, se lo aseguro—repuse.

—¡Y para qué quieren tanta tierra cuando al Sur del Río 5.º, entre Langhelo y Melincué, entre Auca!

y el Chañar, hay tantos campos despoblados?

Le expliqué que para la seguridad de la frontera y para el buen resultado del tratado de paz, era conveniente que á retaguardia de la línea hubiera por lo menos quince leguas de desierto, y á vanguardia otras tantas en las que los indios renunciasen á establecerse y á hacer boleadas cuando les diera la gana sin pasaporte.

Me arguyó que la tierra era de ellos.

Le expliqué que la tierra no era sino de los que la hacían productiva; que el gobierno les compraba, no el derecho á ella, sino la posesión reconociendo que en alguna parte habían de vivir.

Me arguyó con el pasado, diciéndome que en ctros tiempos los indios habían vivido entre el Río 4.º y el Río 5.º, y que todos esos campos eran de ellos.