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Le expliqué que el hecho de vivir ó haber vivido en un lugar no constituía dominio sobre él.

Me arguyó que si yo fuera á establecerme entre los indios, el pedazo de tierra que ocupara sería mío.

Le contesté que si podía venderlo á quien me diera la gana.

No le gustó la pregunta, porque era embarazosa la contestación, y disimulando mal su contrariedad, me dijo:

— Mire, hermano, por qué no me habla la verdad?

—Le he dicho á usted la verdad—le contesté.

—Ahora va á ver, hermano.

Y esto diciendo, se levantó, entró en el toldc y volvió trayendo un cajón de pino, con tapa corrediza.

Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas de zaraza con jareta.

Era su archivo.

Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, periódicos.

El conocía cada papel perfectamente.

Podía apuntar con el dedo al párrafo que quería referirse.

Revolvió su archivo, tomó una bolsita, descorrió la jareta sacó de ella un impreso muy doblado y arrugado, revelando que había sido manoseado muchas veces.

Era «La Tribuna» de Buenos Aires.

En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril interoceánico.

Me lo indicó, diciéndome :

—Lea, hermano.

Conocía el artículo y le dije:

—Ya sé, hermano, de lo que trata.

—¿Y entonces por qué no es franco?

—¿Cómo franco?