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—Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar las tierras para que pase por el Cuero un ferrocarril.

Aquí me vi sumamente embarazado.

Hubiera previsto todo, menos argumento como el que se me acababa de hacer.

—Hermano—le dije, eso no se ha de hacer nunca, y si se hace, ¿qué daño le resultará á lcs indios de eso ?

—¿Qué daño, hermano?

—Sí, ¿qué daño?

—Que después que hagan el ferrocarril, dirán los cristianos que necesitan más campos al Sud, y querrán echarnos de aquí, y tendremos que irnos al Sud de Río Negro, á tierras ajenas, porque entre esos campos y el Río Colorado ó el Río Negro no hay buenos lugares para vivir.

Doblando el diario y dándoselo, le contesté :

—Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan honradamente la paz.

—No, hermano, si los cristianos dicen que es mejor acabar con nosotros.

—Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes merecen nuestra protección, que n, hay inconveniente en que sigan viviendo donde viven, si cumflen sus compromisos.

El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así!

me dijo: Hermano, en usted yo tengo confianza, ya se lo he dicho, arregle las cosas como quiera.

No le contesté, le eché una mirada esciutadora, y nada descubrí, su fisonomía tenía la expresión habitual. Mariano Rosas, como todos los homo es acostumbrados al mando, tiene un gran domino sobre sí L'ismo.

Es excusado querer leer en su cara la sinceridad ó la