Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/40

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 36 —

que se negaron á dejarse envilecer, cuyo cuerpo prefirió el martirio á entregarse de buena voluntad.

A una de ellas la habían cubierto de cicatrices; pero no había cedido á los furores eróticos de su señor.

Esta pobre me decía, contándome su vida con an candor angelical: «Había jurado no entregarme sino á un indio que me gustara, y no encontraba ninguno».

Era de San Luis, tengo su nombre apuntado en el Río 4.º. No lo recuerdo ahora. La pobre no está ya entre los indios. Tuve la fortuna de rescatarla y la mandé á su tierra.

En aquellos mundos de barbarie pasan dramas te rribles.

Cuantas más cautivas hay en un toldo, más frecuentes son las escenas que despiertan y desencadenan las pasiones, que empequeñecen y degradan á la humanidad.

Las cautivas nuevas, viejas ó jóvenes, feas ó bonita, tienen que sufrir, no sólo las asechanzas de los indios, sino, lo que es peor aún, el odio y las intrigas le las cautivas que les han precedido, el odio y las intrigas de las mujeres del dueño de casa, el odio y las intrigas de las chinas sirvientas y agregadas.

Los celos y la envidia, todo cuanto hiela y enardece el corazón á la vez se conjura contra las desgraciadas.

Mientras dura el temor de que la recién llegada conquiste el amor ó el favor del indio, la persecusión no cesa.

Las mujeres son siempre implacables con las mu jeres.

Frecuentemente sucede que los indios, condoliéndose de las cautivas nuevas, las protejen contra las antiguas y las chinas. Pero esto no se hace sin em-