Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/41

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peorar su situación, á no ser que las tomen por concubinas.

Una cautiva á quien yo le averiguaba su vida, preguntándole cómo le iba, me contestó:

—Antes, cuando el indio me quería, me iba muy mal, porque las demás mujeres y las chinas me mortificaban mucho, en el monte me agarraban entre todas y me pegaban. Ahora que ya el indio nc me quiere, me va muy bien, todas son muy amigas mías».

Estas palabras sencillas resumen toda la existencia de una cautiva.

Agregaré que cuando el indio se cansa, ó tiene necesidad, ó se le antoja, la vende ó la regala á quien quiere.

Sucediendo esto, la cautiva entra en un nuevo período de sufrimientos, hasta que el tiempo ó la muerte ponen término á sus males.

Poco antes de salir de Leubucó, conocí por casualidad un cristiano que hacía diligencias por comprarle á un indio una cautiva, nada más que por hacerle á ésta un servicio, por humanidad.

La desdichada decía: «El indio es muy bueno y me venderá si no me han de llevar á otra parte. Pero las chinas son malazas.

A propósito de llevar á otra parte, esto requiere una explicación.

Hay dos modos de vender: el uno consiste en cambiar simplemente de dueño, el otro en la redención.

El último es el más caro.

Ya comprenderás, Santiago amigo, que todo lo que dejo dicho en esta carta no me lo contó mi comadre Carmen. Una parte se lo debo á ella, el resto á otres y á mis propias observaciones.

Lo que sigue, sí, se lo debo á ella exclusivamente.

La noche estaba templada y clara, incitaba á con-