Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/51

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pretaciones, me dijeron aquéllas: «Hable despacio, señor, mire que ese que está ahí nos escucha. > ¿Quién era ?

Unas veces, un cristiano sucio y rotos, que andaba por allí haciéndose el distraído; otras, un indio pobre, insignificante al parecer, que acurrucado se calentaba al sol, y á quien yo le había dirigido la palabra, sin obtener una contestación, no obstante que comprendía y hablaba bien el castellano.

De esta práctica odiosa nacen mil chismes é intriguillas, que mantienen á todos peleados, fraternizando ostensiblemente, y odiándose cordialmente en realidad.

Mediante ella, Mariano sabe cuanto pasa á su alrededor y lejos de él.

Esas numerosas visitas que recibe cuotidianamente, muchas de las cuales vienen juntas del mismo toldo y lugar, son sus agentes secretos; espían á los demás y se espían entre sí.

El cristiano ó el indio más cuitado en apariencia, es su confidente, conoce sus secretos.

De ahí venían en parte la influencia, los fueros y el favor de que disfrutaba el negro del acordeón. No en vano experimentaba yo hacia él una repulsión instintiva.

Refrescadas las cabalgaduras, siguió la marcha.

El terreno se iba doblando gradualmente, cruzábamos una sucesión de medanitos, que se encumbraban por grados, divisábamos una ceja de monte, y en lontananza, hacia el Sudoeste, las alturas de Poitaua, que quiere decir: Lugar desde donde se divisa, ó atalaya.

Las brisas frescas de la tarde comenzaban á sentirse, galopamos un rato y entramos en el monte.

Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últi-