· 110 Voy á contártelo á tres mil leguas.
El respetable público que asiste á este coloquio, me dispensará.
—Fíjense bien—dije antes de empezar,—que este cuento es bueno tenerlo presente cuando se viaja por entre montes tupidos.
Todos estrecharon la rueda del fogón, uno atizó el fuego, los ojos brillaron de curiosidad y me miraron, como diciendo: ya somos puras orejas, empiece usted, pues.
Tomé la palabra y hablé así.
—Era este un arriero, hombre que había corrido muchas tierras; que se había metido con la montonera en tiempos de Quiroga y á quien perseguía la justicia.
Yendo un día por los Llanos de la Rioja, le salió una partida de cuatro. Quisieron prenderlo, se resistió, quisieron tomarlo á viva fuerza, y se defendió. Mató á uno, hirió á otro, é hizo disparar á tres.
En esos momentos se avistó otra partida; prevenida ésta por los derrotados, apuraron el paso. El arriero huyó y se internó en un monte.
Montaba una mula zaina, media bellaca. Corría por entre el monte, cuando se le fué la cincha á las verijas.
Irsele y agacharse la bestia á corcovear, fué todo uno.
El arriero era gaucho y jinete.
Descomponiéndose y componiéndose sobre el recado, anduvo mucho rato, hasta que en una de esas, como tenía las mechas del pelo muy largas y porrudas, se enganchó en el gajo de un algarrobo.
La mula siguió bellaqueando, se le salió de entre las piernas y él quedóse colgado.
Permaneció así como un Judas, largo rato, esperan-