tas de pie, con mucho cuidado para no hacer ruido, hasta acercarme á la cama de Petrona.
Ella me había sentido. Lo mismo que yo, contenía la respiración. Si se despertaba el padre, teníamos mal pleito. Ella no se escapaba de una soba, yo de una puñalada, porque era malísimo.
Me acercaba á la cama de Petrona sin sentir que detrás de mí había entrado Antonio.
Le había ya tomado la mano y ella iba ya á levantarse, cuando oímos ruido de plata y un grito: ¡Ah, pícaro!
Era la voz del padre de Petrona.
Antonio tuvo la tentación de robarle, él lo sintió y le agarró del poncho.
Yo no podía salir sino por donde había entrado; esconderme bajo la cama, era peligroso.
El padre de Petrona gritaba con todas sus fuerzas :
¡ ladrones! ¡ ladrones!
La tía se levantó. Yo intenté escaparme. Pero no pude, delante de mí salía Antonio, me obstruyó el paso, y el padre de Petrona me agarró.
Luché con él un rato inútilmente.
La hermana le ayudaba.
Petrona estaba medio muerta. El padre furioso, porque ella también no venía en su ayuda, encendiendo luz pronto. Le amenazó con matarla si no lo hacía. Tuvo que hacerlo.
Para esto Antonio se había ido con la plata.
Entre el padre de Petrona y la hermana, me amarraron bien.
A los gritos vinieron dos de la partida de policía, que estaba cerca de allí y me llevaron preso. Me pusieron en el cepo para que dijese dónde estaba la plata, y contesté siempre que no sabía, que yo no la había robado.