Adentro. En el instante mismo en que me desperté, el desorden, la perturbación, la incompatibilidad de las imágenes del delirio llegaban al colmo. Había vuelto á tomar el hilo del sueño anterior no sé si al lector le suele suceder esto, y montado, no ya en la mulita que se me escapara de la cabecera, sino en un enorme gliptodon, que era yo mismo, y persistiendo mi espíritu en alcanzar la visión de la gloria cabalgando reptiles, discurría por esos campos de Dios murmurando:
<Dall'Alpi alle Piramide <Dall'Mansanare al Reno, «Dall'uno all'altro mare.> Pronto estuvimos otra vez en camino con cabalgaduras frescas..
La noche tenía una majestad sombría; soplaba un vientecito del Sur y hacía un poco de frío. Medio entumido como me había levantado de mi gramíneo lecho, temí dormirme sobre el caballo, y era indispensable tener muchísimo cuidado, pues, en cuanto salimos del descampado y entramos de nuevo en el bosque, comenzaron á azotarnos sin piedad las ramas de los árboles.
La penumbra de la luna eclipsada á cada momento por nubes cenicientas que corrían veloces por el vacío de los cielos, hacía muy difícil apreciar la distancia de los objetos; así fué que más de una vez apartamos ramas imaginarias y más de una vez recibimos latigazos formidables en el instante mismo en que más lejos del peligro nos creíamos.
¡No sucede en el sendero de la vida de la política, de la milicia, del comercio, del amor,—lo mismo que cuando en nublada noche atravesamos las sendas de un monte tupido?