Les pregunté por sus maridos; y contestaron que hacía días andaban boleando.
Que cómo no habían tenido recelo de acercarse, y contestaron que hacía poco acababan de saber por Angelito que iban llegando á su tierra un cristiano muy bueno; que qué miedo habían de tener, siendo además mujeres.
¡Estas mujeres, señor, en todas partes se creen seguras! y mientras tanto, ¡en dónde no corren riesgo!
No he visto nada más confiado que las tales mujeres (para ciertas cosas, por supuesto.) Era indudable que ya nos habían sentido los indios.
Mandé ensillar para llegar á la Verde y esperar un rato allí, donde hallaríamos buen pasto y excelente agua.
Mi lenguaraz se fué con las chinas al toldo, se cercioró de que no había indios en él y volvió con una ponchada de algarrobo.
Es un entretenimiento muy agradable ir á caballo masticando ó chupando esa fruta.
Así fué que en tanto caminábamos funcionaban las mandíbulas.
Ya no íbamos por entre montes, quedaban éstos al Naciente, al Poniente y al frente en lejanía.
Habíamos llegado á un campo que quebrándose en médanos bastante escarpados, semejaba el paisaje á las soledades del desierto de Arabia.
La vegetación era escasa y pobre. El guadal profundo. Los caballos caminaban con dificultad.
La mañana estaba lindísima.
Veíamos toldos en todas direcciones, lejos; pero indios, jinetes, ninguno.
Y era lo que más deseaban todos.
Ver indios, indios, eso es lo que quisiera, decían los