Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/141

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Estaríamos como á tiro de fusil de él, cuando cayendo á plomo sobre el lomo de su caballo, partió á toda rienda en mi dirección, pero visiblemente con el intento de que no nos encontráramos.

Hay aptitudes que no pueden explicarse; sólo la práctica da el conocimiento de ellas: es una especie de adivinación.

Nuestros paisanos tienen á este respecto inspiraciones que pasman.

A mí me ha sucedido ir por los campos, y decirme Camilo Arias: allí debe haber animales alzados y han de ser baguales, por el modo como corre ese venado, y en efecto, no tardar muchos minutos en descubrir los ariscos animales, flotando al viento sus largas crines y corriendo impetuosos. ¡Qué hermoso es un potro visto así en los campos!

Destaqué mi lenguaraz sobre el indio, sin detenerme, con la orden de que lo hiciera venir á mí.

Como ni el indio ni yo nos detuviéramos, llegamos á encontrarnos á la misma altura, pero en distintas direcciones. Hubiérase dicho que nos habíamos pasado la palabra, al vernos hacer alto simultáneamente.

Mi lenguaraz se puso al habla con el indio. Habló un momento con él, y volvió diciéndome que quería reconocerme.

Piqué mi caballo, y ordenándole á mi gente que nadie me siguiese, partí á media rienda sobre el indio, que me esperaba con el caballo recogido y la lanza enristrada. A los veinte pasos de él, sujeté, diciéndole: buenos días, amigo. ¡Buenos días! contestó.—Cambiamos algunas palabras más, por medio del lenguaraz, tendientes todas á tranquilizarlo, y él dió vuelta rumbiando al Sur á todo escape, y yo, reuniéndoine con mi gente, seguí ganando terreno paso á paso.

Mora, mi lenguaraz, parecía de nial talante, y, en