Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/142

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efecto, lo estaba, pues habiéndole interrogado, me manifestó las más serias inquietudes.

Hablábamos de las leguas que todavía teníamos que hacer para llegar á Leubucó, discurriendo sobre si seguiríamos por el camino de Cerrilobo, que pasa por los toldos del cacique Ramón, ó por el de la derecha, que pasa por la lagunita del Calcumuleu, que debíamos encontrar por momentos, cuando avistamos dos indios ocultos en un pliegue del terreno.

No podía saber si alguno de ellos era el mismo con quien acababa de hablar.

Le consulté á Mora.

Fijó su vista, observó un instante, y contestó con aplomo:

—Son otros, el pelo del caballo del primero era gateado.

Los dos indios avanzaron sobre mí resueltamente.

Como el anterior, venían armados.

No tardamos en estar muy cerca.

Estos no trataban, como el pimero, de buscarme el flanco.

—¡Vienen á toparnos!—decía Mora,—¡ vienen á toparnos! Y vienen en buenos pingos.

—Pues vamos á toparlos, vamos á toparlos—agregaba yo, y esto diciendo, castigué con fuerza el caballo, y ordenándole á mi gente que no apuraran el paso, me lancé á escape.

Con la rapidéz del relámpago nos hubiéramos topado, si unos y otros no hubiéramos sujetado á unos cincuenta pasos, avanzando después poco á poco, hasta quedar casi á tiro de lanzada.

—Buenos días, amigo, ¿cómo va ?—les dije.

—Buenos días, ché amigo,—contestaron ellos.

Y como estuvieran con las lanzas enristradas, le observé á mi lenguaraz se los hiciera notar, diciéndoles