Seguí mirándolo con torvo ceño.
Junto con las palabras ¡ winca! ¡ winca! se oyeron algunas otras groseras, de calibre grueso.
Bustos me dijo:
—Montemos á caballo.
Lo tenía ahí cerca, y sin esperar otra insinuación, me levanté del suelo monté.
Mora me dijo, al hacerlo :
—Caniupán quiere hablar con ustd, señor.
—Pues que hable lo que guste, dile.
Díjome por medio del lenguaraz:
Que Mariano Rosas mandaba saludarme con todos mis jefes y oficiales; que sentía muchísimo no poder recibirme ese día como yo lo merecía; que al día siguiente me recibiría; que tuviese á bien acampar donde me encontraba.
Contestéle con la mayor política, resignándome á pasar la noche en Aillancó, y viendo ya que todas aquellas dilaciones eran calculadas.
Mientras el capitanejo y yo hablábamos, varios indios, particularmente uno chileno, nos interrumpían con sus gritos, echándome encima el caballo y metiéndome, por decirlo así, las manos en la cara.
Hasta donde era posible me daba por no apercibido de estas amabilidades, que llegaron á alarmarme seriamente, cuando vi que un indio lo atropelló al Padre Marcos, pechándolo con el caballo, en medio de un grito estentóreo, cariño que el reverendo franciscano recibió con evangélica mansedumbre, á pesar de haber andado por las gavias, lo mismo que su compañero, el Padre Moisés, que simultáneamente era objeto de otra demostración por el estilo.
El indio chileno vociferaba algo que debían ser amenazas de muerte.