Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/157

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Tocaron marcha, y formaron en batalla.

Serían como doscientos cincuenta. Un indio seguido de tres trompas que tocaban á degüello recorría la línea de un extremo á otro en un soberbio caballo picazo, proclamándola.

Era el cacique Ramón.

Llegaron dos indios y mi lenguaraz, diciéndome que avanzara. Y Bustos, haciendo que los franciscanos me siguieran como á ocho pasos, se puso á mi izquierda, diciéndome :

—Vamos.

Marchamos.

Llegamos á unos cien metros del centro de la línea de los indios, al frente de la cual se hallaba el cacique teniendo un trompa á cada lado, otro á retaguardia.

Caniupán me seguía como á doscientos metros.

Reinaba un profundo silencio.

Hicimos alto.

Oyóse un solo grito prolongado que hizo estremecer la tierra, y conversando las dos alas de la línea que tenías al frente, formaron rápidamente un círculo, dentro el cual quedamos encerrados, viendo brillar las dagas relucientes de las largas lanzas adornadas de pintados penachos, como cuando amenazan una carga á fondo.

Mi sangre se heló...

Estos bárbaros van á sacrificarme—me dije.

Reaccioné de mi primera impresión, y mirando á los míos: Que nos maten matando—les hice comprender con la elocuencia muda del silencio.

Aquel instante fué solemnísimo.

Otro grito prolongado volvió á hacer retemblar la tierra.

Las cornetas tocaron á degüello...

No hubo nada.

Lo miré á Bustos como diciéndole: