Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/159

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aquí y levantándose allá, ostentando los más diestros su habilidad, rayando los corceles, hasta que jadeantes de fatiga les corría el sudor como espuma.

Los gritos de regocijo se perdían por los aires.

El cacique Ramón y yo, rodeados de pedigüeños, tomamos el camino de Aillancó.

Llegamos...

Extendiendo ponchos bajo los árboles y formando rueda, nos pusimos á parlamentar entre mate y mate, entre trago y trago de aguardiente.

Hube de echar las entrañas por la boca.

No estaba en carácter, y no había más remedio que hacer bien mi papel.

Obsequié al cacique lo mejor que pude con lo poco que llevaba.

Tenía que armarle y encenderle yo mismo el cigarro, que probar primero que él el mate y la bebida para inspirarle confianza plena.

El cacique Ramón es hijo de indio y de una cristiana de la Villa de la Carlota.

Predomina en él el tipo de nuestra raza.

Es alto, fornido, tiene ojos pardos, cabello algo rubio, ancha frente y habla muy ligero.

Es en extremo aseado.

Viste como un paisano rico.

Quiere bien á los cristianos, teniendo muchos en sus tolderías y varios á su alrededor.

Tendrá cuarenta años.

Todo su aspecto es el de un hombre manso, y sólo en su mirada se sorprende á veces como un resplandor de fiereza.

Es de oficio platero; siembra mucho todos los años, haciendo grandes acopios para el invierno, y sus indios le imitan.

Su padre ha abdicado en él el gobierno de la tribu.