Charlamos duro y parejo.
Me agradeció con marcada expresión de sentimiento, todo cuanto había hecho en el Río 4.º por su hermano Linconao, á quien con mis cuidados salvé de las viruelas, preguntándome repetidas veces, si siempre vivía en mi casa, que cuándo volvería á su tierra.
Contestéle que estuviera tranquilo, que su hermano quedaba muy bien recomendado; que no le había traído conmigo porque estaba convaleciente, muy débil y que el caballo le habría hecho daño.
Me instó encarecidamente, á visitarle en sus tolderías, ofreciéndome presentarme su familia. Le prometí hacerlo de regreso, y nos separamos ofreciéndome visita para el día siguiente.
Bustos se marchó con él, pidiéndome por supuesto una botellita de aguardiente.
Le di la última que quedaba.
Mora se quedó á mi lado, diciéndome Ramón que le conservara tanto cuanto le necesitara.
Apenas se alejaba Ramón, se presentó el capitanejo Caniupán, insistiendo en que le diera un caballo gordo para comer.
El pedido tenía todo el aire de una imposición.
Me negué redondamente.
Insistió chocándome, y le contesté, que dónde había visto que un hombre gaucho diera sus caballos; que los necesitaba para volverme á mi tierra, que si se creía que me iba á quedar toda la vida en la suya.
Me dijo algo picante.
Lo mandé al diablo.
Los que le seguían murmuraron algo que podía traer un conflicto.
Creí prudente aflojar un poco la cuerda, y como haciendo una transacción, ordené con muy mal modo le dieran una yegua.