Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/164

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imperdonable arrancarles á un sueño que, si no era interesante, debía ser agradable y reparador.

No pude continuar durmiendole orMe puse á soñar despierto, y después de hacer unos cuantos castillos en el aire, llamé un asistente dené que hiciera fuego.

Cuando la vislumbre del fogón me anunció que mis órdenes estaban cumplidas, hube de levantarme.

Seg morrongueando y contemplando las estrellas que tachonaban el firmamento, anunciando ya su trémula luz la proximidad del rey del día, hasta que sentí hervir el agua.

Levantéme, sentéme al lado del fogón y mientras mi gente dormía como unos bienaventurados, yo apuraba la caldera, junto con Carmen, echándonos al coleto varios mates de café.

Carmen había salvado un poco de azúcar, felizmente ; y á propósito de esto, tuve que resignarme á escuchar su cariñoso reproche de que no diera tanto, porque pronto nos quedaríamos sin cosa alguna.

Yo estaba distraído, viendo arder la leña, carbonizarse, volverse ceniza, y desaparecer la materia, por decirlo así, cuando Carmen exclamó :

—Ya viene el día.

—Pues despierta á Camilo—le dije,—que venga á tomar mate.

Dicho esto cambié de postura, me recosté sobre el brazo derecho y me quedé dormitando un momento.

Los buenos días de Camilo me hicieron abrir los ojos, y enderezarme perezosamente, haciendo con los brazos una especie de aleteo que duró tanto cuanto mi boca se abrió y cerró para bostezar.

Al sentarse Camilo le oí decir: ¡Buen día, amigo! Y como la salutación despertara en mí la curiosidad de saber á quién se dirigía, tendí la vista alrededor del