Machiavello dice que el que quiera engañar, encontrará siempre quien se deje engañar, lo que prueba que, si no hay quien mienta más, no es por la dificultad de encontrar quien crea, sino por la dificultad de encontrar quien se resuelva á mentir.
Amaneció.
Me trajeron el parte de que en las tropillas no había novedad. En cambio, la yegua que conservaba para comer había muerto envenenada por un yuyo malo.
Ibamos á estar frescos si esa tarde no llegaban las cargas.
Cuando salía el sol, se presentó un mensajero de Caniupán, y después de darme los buenos días con muchísima política, de preguntarme si había dormido bien, si no había habido novedad, si no había perdido algunos caballos, me notificó que el capitanejo vendría á visitarme al rato. Devolví los saludos y contesté que estaba pronto.
El mensajero pidió cigarros, aguardiente, hierba, achúcar, achúcar, se lo dieron y se marchó.
Poco a poco fueron llegando visitantes, ó mejor dicho curiosos, porque no se bajaban del caballo, sino que, echados sobre el pescuezo, se quedaban largo rato así mirándonos, y luego se marchaban, diciendo algunas veces: Adiós, amigo; pidiendo otras un cigarro.
La visita anunciada llegó á las dos horas. Le acompañaban veintitantos indios. Se apeó del caballo, después de saludar cortésmente, me dió un mensaje de Mariano Rosas, y tomó asiento en el suelo, á mi lado, pidiéndone con la mayor familiaridad un cigarro.
Arméselo, encendílo yo mismo, y se lo puse en la boca por decirlo así.
Mariano Rosas me invitaba á cambiar de campamento, á avanzar una legua; y me pedía disculpas.