lloraba, y me contó que su padre quería casarla con un tal Zárate, que era tropero y hombre hacendado; y que la noche antes ya le había dicho que si andaba en muchas conversaciones conmigo le había de pegar unos buenos. Con la conversación, no nos fijamos en que había llegado la oración, sin haber recogido las majadas.
Salimos juntos á campearlas. Nos tomó la noche, se puso muy obscuro, estaba por llover y nos perdimos, pasando toda la noche en el campo.
Al día siguiente, Inés no vino al arroyo.
Yo fuí á su casa, el padre me recibió mal; quiso pelearme.
Inés estaba en el rancho y me miraba diciéndome con unos ojos muy tristes, que no le contestara á su padre y que me fuera. Le obedecí. El viejo me insultó mucho, hasta que me perdí de vista, sufrí y no le contesté. A la noche vino la vieja y se pelearon con mi madre. Yo escuché todo de afuera. Más tarde, lo que nos quedamos solos, le conté á mi madre lo que me había pasado.
La pobre me quería mucho, me trató mal, lloró y por último me perdonó.
Pasaron varias lunas sin verse las familias.
Una noche ladraron los perros. Salí á ver qué era, y era una vecina que iba á casa de Inés, donde estaban muy apurados.
A los pocos días Inés se casó con Zárate y estuvieron de baile y beberaje en la casa. Para esto yo ya sabía lo que le había pasado á Inés, la noche que ladraron los perros, porque la vecina que era muy buena mujer me lo había contado, preguntándome: ¿de quién será la hijita que ha tenido la Inés ? Me dió mucha rabia oir los cohetes del casorio que se había hecho en la capilla